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Al cerebro no le importa que seas feliz
El biólogo Estanislao Bachrach dice que «al cerebro no le importa que seas feliz, solo que sobrevivas» y asegura que lo que pensamos transforma nuestro cerebro. El primer paso para intentar cambiar lo que no nos gusta es el autoconocimiento.
No podemos controlar nuestro cerebro pero sí gobernarlo un poco más. Bajo esta premisa el biólogo Estanislao Bachrach publicó En Cambio, una guía para aprender a modificar el cerebro y sacarlo de la rutina y del automatismo.
Bachcrach, que es doctor en Biología Molecular y fue investigador durante un lustro en la Universidad de Harvard, defiende la neuroplasticidad cerebral a cualquier edad y señala que el primer paso para intentar cambiar lo que no nos gusta es el autoconocimiento.
– ¿Podemos cambiar todo lo que nos propongamos de nuestro cerebro?
– Todo probablemente no, pero sí mucho más de lo que se creía. Desde una mirada científica, durante muchos años se habló del cerebro como un órgano fijo pero cada vez hay más experiencias que muestran que sigue siendo muy plástico incluso a los 80 o 90 años.
– ¿Cómo funciona este proceso de aprender a cambiar?
– El cerebro no reconoce realidad o fantasía, reconoce tus creencias, así que lo primero es creer que lo puedes hacer. Y creer implica entender lo que va a suceder luego: trabajo, disciplina, compromiso, tiempo… Para la neurociencia cambiar es sinónimo de aprender, lo que pasa es que de adultos queremos dominar, no aprender de nuevo. Y antes de ponerte a cambiar, tienes que conocerte a ti mismo bastante para saber si quieres mover algo de tu vida.
– ¿Por qué cuesta tanto cambiar?
– Primero porque uno cree que no puede. Y después cuesta porque tiene que ver con un aprendizaje que comportará fracaso en el camino. Y fundamentalmente porque en el proceso de cambio hay dolor y no nos gusta el dolor. La gente tiene que entender que el cambio es un proceso, es un camino. Pero en el proceso, que puede ser de un día, un año, diez años o toda tu vida, hay dolor.
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– Y a mayor autocrítica, menos cambio en la vida. Eso no quiere decir que no seamos críticos con nosotros, pero a menudo exageramos. En biología decimos que si vas a cambiar, vas a equivocarte y si vas a aprender algo nuevo, vas a fallar.
– ¿Es el miedo uno de los aspectos que favorecen el ‘no-cambio’?
– Sí. No querer fracasar, no querer pasarlo mal, no quedar en ridículo… el cambio es un trabajo personal y si estás pendiente de la mirada del otro, no lo vas a hacer. Lo que pasa es que la sociedad vende el cambio como algo fantástico y el cerebro dice “¡No es fantástico! ¡Lo estoy pasando mal!”.
– ¿El cerebro está más preparado para el ‘no-cambio’?
– Está programado para no cambiar, pero tiene una capacidad de cambio que nosotros no usamos. Y eso es tremendamente importante para cualquier edad. El cerebro busca la rutina y el automatismo para no correr riesgos porque hace 100.000 años un cerebro así era eficiente. Pero hoy no. Hoy ya no hay tigres en la calle. Tenemos un cerebro que es absolutamente cavernícola en una sociedad y con una mente muy moderna. Y esto muchas veces no es compatible. Estamos manejados por nuestro cerebro y la invitación del libro es que uses más tus pensamientos, tus emociones. Que puedas dirigir un poco más tu vida en lugar de que el cerebro te la dirija a vos.
– ¿Cómo empezamos?
– Leyendo el libro (risas). El cerebro odia que pienses por si piensas algo diferente o supone riesgos. Así que este proceso empieza con una palabra que no me gusta mucho pero que es real: el autoconocimiento. Tienes que conocerte y saber qué quieres cambiar.
– Y una vez que sabemos que queremos cambiar…
– Ahora no hay dudas científicas de que el cerebro funciona absolutamente diferente bajo el deseo y el querer que bajo el deber. Matemáticamente: si uno quiere, el cerebro te presta las neuronas, pero si uno ‘debe’ el cerebro se asusta y te da una o dos. Cuando el cambio es realmente querido por uno y no por tu jefe o por tu marido, el cerebro funciona mucho mejor porque es muy egoísta. Trabaja mucho mejor con todo lo que tenga que ver con él y su beneficio que si trabaja por los demás.
– Habla de que tenemos 0,5 segundos para el cambio…
– Todas las acciones involuntarias cotidianas las hace el cerebro. Lo que mide la ciencia es: desde que parte la señal hasta que haces la acción pasan 0,5 segundos. Cuando uno hace un trabajo de introspección puede reconocer un montón de señales que el cerebro le está dando 0,3 segundos antes de que suceda. Y los 0,2 segundos restantes son el momento que tenés para detener esa acción que pensadamente no quieres hacer. Es el espacio que queda entre la conciencia de que lo estás por hacer y la acción que se realizó. Y esto es entrenable.
– ¿Cómo reconocemos esas señales?
– Primero tenés que decidir qué hábito que no te hace bien querés empezar a entrenar para darte cuenta 0,3 segundos antes de que lo hagas y para tener 0,2 segundos para detenerlo.
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– Es imposible hacerlo con todas las cosas de tu vida. Hay que escoger uno. El más clásico es fumar. Cuando reconocés lo que querés cambiar, después hay un trabajo muy intenso por hacer. La gente fracasa porque lo quiere hacer sin dedicarse un minuto a conocerse. A veces solo con cambiar una cosa es suficiente. Eso va a generar mucho más bienestar y mucha más tranquilidad… y la gente se siente más segura de sí misma y mejor.
– La sensación es que estamos en manos de nuestro cerebro.
– Pero es una sensación, no es real. No podemos controlar a nuestro cerebro, pero sí gobernarlo un poco mejor: podés tomar alguna decisión, darte cuenta de qué es lo que querés cambiar a nivel de emociones, pensamientos y comportamientos. Se puede.
– Dice que el cerebro es el órgano más tóxico.
– Es pura química. Las arterias transportan el oxígeno y el alimento y las venas eliminan la toxicidad. Cuando uno está dos minutos sin oxígeno en el cerebro, la muerte cerebral es por acumulación de toxinas. Así que es un órgano muy tóxico que debe estar bien oxigenado. Y la gente no sabe que el oxígeno además de alimentar a las células promueve la fabricación instantánea de venas y arterias. Cuando uno respira profundo, la red capilar (venas y arterias) crece y hay más neuronas limpias. Y neuronas limpias es igual a claridad mental, pensar mejor y más tranquilo. Respirar profundo tiene beneficios inmediatos en ocho o nueve segundos. Y si está más limpio, pensás mejor.
– ¿Qué diferencia hay entre el cerebro y la mente?
– El cerebro es el órgano, con sus neuronas y sus cables, y la mente son tus pensamientos y tus emociones. La mente depende del cerebro, pensás y sentís porque tenés neuronas. Pero el cerebro también es impactado por la mente. La calidad y el contenido de lo que pensás modifican geográfica y físicamente tu cerebro. Si pensás todo el tiempo en negativo, en 10 años tu cerebro va a tener avenidas y autopistas cada vez más negativas. Y se van retroalimentando. Y no hay que quitarle importancia: si seguís siendo pesimista, en 10 años va a ser mucho peor. Lo que pensás transforma tu cerebro.
– ¿Estoy a tiempo de cambiar esto?
– ¡Esa es una frase autolimitante! Es reversible. Desde luego no es magia y este cambio no va a suceder de golpe y un día te vas a despertar y se terminó el pesimismo. Hay que dedicar tiempo, compromiso y disciplina a cambiar eso. Se llaman pensamientos negativos. En algún momento se hizo un hábito en tu vida y ahora lo tenés incorporado y es automático.
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– Estamos a tiempo de dar marcha atrás por la plasticidad del cerebro. Pero cuantos más años de pesimismo, más trabajo tenemos.
– Dice que debemos hablar más con nuestro cerebro. ¿Qué le tenemos que explicar?
-El cerebro trata de que no pensés, que no hagás nada nuevo y de que no cambies porque si así estás bien no le importa si sos feliz. Al cerebro no le importa si te peleás con tu marido, si tenés un sueldo bajo o si sos bajita. A él lo único que le importa es que sobrevivas. Y si hasta hoy estás viva el cerebro dice “Repitamos todo, que todo el día de hoy sea idéntico al de ayer”. Hablarle a tu cerebro sería pensar “esto me funcionó ayer, hoy quiero hacerlo diferente”: quiero estudiar otra cosa, quiero tener otra relación… Si no te detenés a hablarle, a hacer la pausa, a ver dónde estás hoy y qué querés para mañana el cerebro no lo va a hacer nunca.
Autora: Lorena Ferro
Fuente: La Vanguardia
Artículo recuperado de internet